domingo, 26 de agosto de 2012

Los oscuros muros de tu eternidad, abrelos


Los oscurecidos muros,
de tu enigmática eternidad,
ábrelos, para que lentamente,
cada uno, de sus negros
túneles, pueda conocer.

Las verdes arboledas, de tus ojos,
son, sin esperarlo, las fuistes pintando,
con el color, de la roja sangre, que
por cada una de tus venas, angustiosa,
la bendición, de esta gélida nieve,

Desea lo mismo que yo, que es,
sentir, como se van recreando,
por sus pequeños copos, oscuros
versos, que al anochecer, escritos,
se verían, entre los muros, de un
vacío ataúd, de rojizas pasiones.

Pero, por el frío viento, que corría,
por aquí, con mi mortal cuerpo,
te topaste, para acabar entregando,
lo eterno, a unos labios, que desean,
expresar, en un libro, el porque,
quisiste, trasladarme, a tu muerte.

El motivo, por el cuál, en tu otra
mitad, me convertiste, abandonado,
en un rincón, de este cementerio, quedó;
con tal de abrazar los sangrientos besos
y las caricias, esperadas, por mi piel,
lo que pase, fuera de aquí, me da igual.

martes, 21 de agosto de 2012

Mi seductora palidez


Es tan seductora, mi pálida piel,
que imposible, resulta, para la
ignorancia, de dejarse llevar,
por un oscurecido sentimiento,
que de la eternidad, fue renaciendo.

Sueñan mis afilados colmillos,
con atravesar, algún dulce cuello,
que desee, transformarse, en otro,
mucho distinto, en el cuál,
las cicatrices abiertas, poco a
poco, se vayan cerrando.

El amor, que el anochecer, entrega,
muy sangriento, resulta, que lentamente,
lo único, que quiere, el negror,
de su cabellera, es verse envuelta,
entre rojos pétalos y dolorosas espinas.

¿Quien quiere saber, lo mal,
que a lo largo, de muchos siglos,
he estado pasando, para llegar,
a verse, por fin, mis fríos labios,
repletos, de una irresistible sangre?

Si todos, queréis saberlo, al escalofriante
infierno, entregad vuestros cuerpos,
y observad, como lentamente, traspasa,
la gélida nieve, vuestros cuerpos, hasta
lo más profundo, de lo desconocido, y de
mi inmortal sangre, podréis beber.

sábado, 18 de agosto de 2012

La sangre es mi abrigo


¿Porque, uno a uno, los demonios, todos mis sentidos, los demonios, en medio, de grisáceas y frías lápidas, deben controlar, hasta inconscientemente, no ser capaz, de dominar, todo este dolor?
Parece ser responsable, esta sed de sangre, que me hace volver, atrás, en el tiempo, para reencontrarme, con unos viejos enemigos, de un pasado, que de estas lejanas arboledas, teñidas de negro, creí dejar a
trás.

La manera, de como borrarlos, de estos oscuros pinares, que a lo largo, de mi pequeña existencia, que a una desolada eternidad, entregué, sigo buscando, sin haber encontrando, pero no contento, con esto, desea resolver, mi curiosa mente, el enigma, que se esconde, alrededor, de la pregunta, que una y otra vez, me llevo haciendo, y que seria, la que me lleve, a combatir, contra las cicatrices, que del mismo infierno, se abrieron.

Quien quiera, a mi lado, unirse, a esta batalla, será quien, testigo sea, de unos duros combates, que hasta ahora, desconocidos son, hasta por quienes, conocieron, solo una parte, de mi ennegrecido mundo, que poco a poco, se fue oscureciendo, siendo imposible, de saber, lo enormes, que son, mis deseos, de romper las barreras, que me impiden, de convertirme, en la gélida nieve, que afuera, no deja de cesar, y alguna solitaria piel, poder abrigar.

El porque, debo cumplir, esta misión, es algo, que llevo esperando, hacer, para que los muros, de mi ataúd, en su insaciable paz, puedan descansar; están esperando, que mis afilados colmillos, se introduzcan, sobre algún hermoso cuerpo, que pintado, de una sangrienta pasión, desmesurada, con su desnudez, logre alimentar, sus ardientes momentos, de amor, que solo, la muerte, sabe, como es, y que alrededor, de la dulce fragancia, de rojos pétalos, me envuelva.

domingo, 12 de agosto de 2012

Lejos de tu sangrienta eternidad estoy


Celestes cuerpos, de esta nauseabunda oscuridad,
eternos, por los siglos, bajo las gotas de sangre,
que entre las ruinas, de un abandonado castillo,
nos encierran, alejándonos, del amor, que ambos,
sentimos, a la elegancia, que viste, nuestra pálida piel.
 
Llega a tal apartado rincón, de estas oscuras
arboledas, una soledad, que rota, en pequeños
trozos, espera, ser recompuesta, por una oscurecida
alma, que teñida, de blanquecino invierno, con el
abrazo de la muerte, cierre, todas sus cicatrices.

Por solitarios caminos, bajo un gélido viento,
que casi, me corta el aliento, por un pequeño
instante, de mi eternidad, sentí en falta, el calor,
de otras pálidas manos, que junto a las mías,
bailen al ritmo, de los latidos, que dictan, las sombras.

Cada anochecer, entre las ramas, de este árbol,
espero, a ver, si tus congeladas curvas, que en el tiempo,
se detuvieron, por este lugar, aparezcan; de nuevo,
después, de saber, si sigue siendo, inmortales,
esos rojos labios, que mi cuello, atravesaron.

Eterno, de nuevo, deseo sentirme, a tu lado,
y a través, de tal enigmática calma, que se respira,
experimentar, una sangrienta tortura, de la cuál, conocedores,
son, tus afilados colmillos, y juntos, embriagarnos,
alrededor, de la dulce fragancia, de unos negros pétalos.

lunes, 6 de agosto de 2012

Abrazar la soledad


La imagen es de la dibujante Victoria Frances

Oh, cálidas como el ardiente fuego, que crecía, de las profundidades, del mismo infierno, eran, tus caricias, que desearia, a toda costa, retener, entre mis pálidos labios, tu sangrienta eternidad, para que vuelvan, un anochecer más, mis garras, a atravesar, cada rincón, de tu piel, que despertó, en mi, muchas de las lunas llenas, que faltan, en el interior, de mi alma; alrededor, de estas congeladas sábanas, muchos de los rojos pétalos, que son tus brazos, es aquello, que ahora, tanto me falta.

En la oscuridad, de la noche, veo, como camina, tu inmortalidad, en busca, de
algún
lugar, en el cuál, refugiarse, de quienes, lo desterraron, de su tierra, y todo, por alimentar, sus venas, de inocentes seres, que son quienes, en realidad, en mi, buscan sentirse bien, para nunca sentir, como les consume, cada vez más, los miedos, creados, por los demonios, que suelen hacer, acto de presencia, cuando desaparece, el negro manto, de este azulado cielo.

Pero, entre las lejanas montañas, donde en la profundidad, de esta blanca nieve, dejan mis pálidos pies, su huella, fue, donde mis sueños, de reinar, sobre las oscuras arboledas, abrigadas con su congelada tormenta, los ríos, que recorrían, por cada rincón, de mi piel, por fin, fueron derramados, sobre unos
ennegrecidos
y elegantes cabellos, que junto a los mios, quisieron arrancar, de su interior, aquellos puñales, que por un tiempo, dieron, por muertos, a los latidos de sus corazones, que querían abrazar, su dolor.

Muchos mares, atravesó, hasta llegar, a saber, el verdadero significado, de lo eterna, que es su vida, que repleta está, de obstáculos, que tuvo, que superar, para llegar, a ver, como sus afilados colmillos, se
veían, bebiendo, del rojo cáliz, de tal hermosa apariencia, que vestida, de una rojiza pasión, su cuerpo, quiso prestar, para que lo convierta, en mi otra mitad, y así, cogidos de la mano, caminar, por los mismos lugares, por los que solitariamente, vagué.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Un sangriento comienzo

 

Los puntiagudos picos, de los tejados, de una antigua iglesia, cuando el negror de la noche, empieza, a despuntar, es cuando, de un solitario ataúd, se despierta, un tenebroso ser, que vestido, de una oscura aurora, que sabe a muerte, a relatar, alrededor, de las calles, de esta gran ciudad, a derramar, por cada uno, de sus bellos rincones, aquellos sangrientos besos, que fueron reclamados, por mi su amada dueña, que es la luna llena.

Vagar, alrededor, de su inmenso vacío, muy lleno de oscuros secretos, aún sin descubrir, es aquello, que le mantiene atado, al motivo, del porque, esta eternidad, le resulta ser, tan dulce; al lado de unas frías figuras, en forma de ángel, que custodian, cada minuto, que voy perdiendo, son quienes, ayudan, por un instante, a que no se haga, tan angustioso, el esperar, junto a ellos, a que el azul del cielo, venga por fin, a abrigar, mis congelados anocheceres, que se fueron convirtiendo, para mi, en una pesadilla.

En esos pequeños momentos, que tantísimo aprecio, lo único, que lograría hacer compañía, a mi pálida alma, ahora mismo, sería el escalofriante calor, de unas oscuras alas, que corriendo, acudan a mi, para llevarme, volando, hacia las hojas, de aquel libro, que entre las tinieblas, con su propia sangre, escribía, para poder, después, convertirme, en el protagonista, de lo mucho, que duelen, las cicatrices, que por culpa, de esta odiosa y amarga soledad, abrieron en mi.

Vestido de negro, un femenino rostro, con cuerpo de mujer, en las blancas sábanas, de un conquistador dormitorio, muy lentamente, me desnudé, para que se saciara, del rojo vino, tan buscado, por muchos curiosos, que se mueren, por querer probarlo; rápidamente, sin que notara dolor ninguno, sus afilados colmillos, mi cuello, atravesaron, dejandome rodear, por las ardientes llamas, que venían, de sus gélidas manos, que acariciándome, fueron dándole, un comienzo, a una oscura historia, que comienza, en lo eterno.

El dulce sabor de lo eterno


Por el momento, por las gélidas sábanas, de esta solitaria y fría cama, aún no ha logrado atravesarlas, ninguno de los afilados colmillos, que conviven, en este oscuro mundo, hundido en las profundas tinieblas, que sepa rodear, alrededor, de la pálida presencia, que les rodea, lo más valioso, que les hacen ser, quienes son, los seres de la oscuridad; no soporto, ni un solo minuto más, de esta eternidad, sin beber, de la roja sangre.


Quien desee acogerse, entre los cuatro muros, de mi castillo, encantadisima, os abriré, las puertas, para que vuestros mortales cuerpos, lentamente, se sientan, por completo, embriagados, por el dulce aroma, de los rojizos pétalos, de las rosas, que adornan, el centro, de esta mesa, que llena, está, con los dulces placeres, con los cuáles, se alimenta, cada anochecer, mi alma, una vez, que sale, de mi ataúd, dispuesta, a derramar, a su paso, mucho dolor.

Pero mientras, desesperadamente, vagaba, en busca, de la respuesta, a la pregunta, que llevo haciendome, desde hace, muchisimos siglos, y es la siguiente: ¿Porque, los seres humanos, sienten, tantísimo miedo, hacia seres, como nosotros?
De pronto, una profunda y oscurecida voz, vestida de negro, vino y me dijo: Todo es, porque temen, a aquello, que tanto, desconocen, de ellos mismos; cuando una canción, de despedida, un violín, durante noches, a la muerte, le canta.

Entristecida está, la luna llena, a la cuál, no he podido aún, contrarle, lo mucho, que deseo, que estos ardientes deseos, se hicieran, realidad, pero, quien puede solucionar, esta coyuntura, es el desplegar, la elegancia, que viste, mi piel, para verse desnuda, en los brazos, de lo más perecedero, que haya conocido, hasta ahora, que abrace, bien fuerte, mi podrido y envejecido cuerpo, que gracias, a tal belleza, llena de misterio, no se quede, sin alimentarse, de ese cáliz, que suele empujarme, a quererlo, todavía más.