Los oscurecidos muros,
de tu enigmática eternidad,
ábrelos, para que lentamente,
cada uno, de sus negros
túneles, pueda conocer.
Las verdes arboledas, de tus ojos,
son, sin esperarlo, las fuistes pintando,
con el color, de la roja sangre, que
por cada una de tus venas, angustiosa,
la bendición, de esta gélida nieve,
Desea lo mismo que yo, que es,
sentir, como se van recreando,
por sus pequeños copos, oscuros
versos, que al anochecer, escritos,
se verían, entre los muros, de un
vacío ataúd, de rojizas pasiones.
Pero, por el frío viento, que corría,
por aquí, con mi mortal cuerpo,
te topaste, para acabar entregando,
lo eterno, a unos labios, que desean,
expresar, en un libro, el porque,
quisiste, trasladarme, a tu muerte.
El motivo, por el cuál, en tu otra
mitad, me convertiste, abandonado,
en un rincón, de este cementerio, quedó;
con tal de abrazar los sangrientos besos
y las caricias, esperadas, por mi piel,
lo que pase, fuera de aquí, me da igual.
ábrelos, para que lentamente,
cada uno, de sus negros
túneles, pueda conocer.
Las verdes arboledas, de tus ojos,
son, sin esperarlo, las fuistes pintando,
con el color, de la roja sangre, que
por cada una de tus venas, angustiosa,
la bendición, de esta gélida nieve,
Desea lo mismo que yo, que es,
sentir, como se van recreando,
por sus pequeños copos, oscuros
versos, que al anochecer, escritos,
se verían, entre los muros, de un
vacío ataúd, de rojizas pasiones.
Pero, por el frío viento, que corría,
por aquí, con mi mortal cuerpo,
te topaste, para acabar entregando,
lo eterno, a unos labios, que desean,
expresar, en un libro, el porque,
quisiste, trasladarme, a tu muerte.
El motivo, por el cuál, en tu otra
mitad, me convertiste, abandonado,
en un rincón, de este cementerio, quedó;
con tal de abrazar los sangrientos besos
y las caricias, esperadas, por mi piel,
lo que pase, fuera de aquí, me da igual.