miércoles, 30 de enero de 2013

Resucita estas rosas

 
 Por oscuras arboledas
inundadas en el vacío
me vi, mientras una salida
buscaba, alrededor de una soledad,
que a cada paso que daba,
lágrimas de sangre derramaban
mis ojos, completamente embriagados
en una tormentosa tristeza.

Si hay alguien aquí,
¿me podéis decir, de que manera
poder escapar, de este lugar?-pregunté
Unas afiladas espinas
entre congelados pinares,
solitarios, se están marchitando.
No puedo verlas morirse
sin rojos pétalos que las abriguen.

Y la fría anochecer respondió:
Pues si tu alma de mortal
no desea ver, como se sacrifican
para saciar sus deseos
más inmortales, cógelas y junto
a su ataúd déjalas; desde hace siglos,
entre los muros de su castillo,
habita un vampiro, que de su eterno
sueño, espera ser resucitado.

Ante la puerta donde duerme
tal pálido ser me encuentro;
sus antiguos escalones, sigilosamente
voy subiendo, mientras el miedo
me persigue; de pronto, detrás una puerta
medio abierta, la luz de la luna llena
vi reflejarse sobre su sarcófago.
Lentamente, al lado tal marchito ramo,
sobre su misma cruz, puse.

Entonces, sin darme cuenta, poco a
poco, la puerta del ataúd, se fue abriendo;
resucitó después de tanto tiempo la muerte.
Una azulada mirada, depositó entonces,
en mi cuello, sus sangrientos besos.
Resucita con tu rojo cáliz, a este precioso ramo-dije yo
Las rosas como tú, nunca morirán; juro
conservaros a todas, por siempre, eternas.

jueves, 24 de enero de 2013

Rescatame del dolor





 
Escapando con rapidez
una niña tan pequeña como yo
de esas gotas, que sobre oscuros
parajes, en fuerte tempestad
se convirtió, me giré y medio
entreabierta la dejaron.

Lentamente la fuí abriendo
y entre frías sábanas
un hermoso rostro
con un bellisimo torso
que deja entrever el tatuaje
de una cruz gótica en su pecho,
yacía plácidamente durmiendo.

Con ansias de saber quién
era, sigilosamente entré, pero
sin querer tropecé con la silla;
hice delatarlo con mi presencia
y ante mi se despertó; mi diminuto
corazón empezó a acelerarse,
sin saber de que forma escapar.

Mis labios no supieron que decir;
se levantó y me preguntó: ¿Pequeña,
que haces aquí? ¿Que te has perdido?
Es que tenía miedo de los truenos
y sola esta noche no quiero estar.
Pues si no quieres dormir en soledad,
quédate esta noche de luna llena.

Su piel era muy fría, pero en él sentí
una calidez, que nunca recibí;
de pronto, un escalofriante dolor
atravesaba mi piel; fue la señal
de sus afilados colmillos, alimentándose
poco a poco de mi sangre; desde entonces,
a su lado, siempre permanecí para entregarle
todo aquello que en mi otra vida no tuve.